sábado, 21 de agosto de 2010

Invierno

Una mala noche la pasa cualquiera, un mes nocturno quizás varios, sea como fuere todo es tan relativo que poco se puede generalizar, vaivenes de esta vida sacuden los calendarios, las agendas y los planes de tal modo que poco se puede intentar, más que apreciar la felicidad, de entender más de la cuenta, aunque sea a los golpes.
Uno a veces entiende los días libres después de no tenerlos durante casi un año, es más, los entiende después de varios días libres, al menos eso me pasaba cuando mis vacaciones eran unos días al año después de meses de vagar en un negocio, empleado de alguien. Cuando comprendía la significancia de las vacaciones ya habían transcurrido.
Quizás uno aprecie las cosas cuando no las tiene, por eso no podemos dejar de mirar a Luna cuando come su comida, cuando la boca embadurnada de alguna comida y nos devuelve la mirada preguntándose a que se debe tanto alboroto entre bocado y bocado, entre o no en la boca, a veces en la mejilla, otras en la punta de la nariz.
Ese mes que pasó pasó a los golpes, nunca salimos de una que ya estábamos adentrados en otra, y cuando después de todo parecía que al fin salíamos el panorama pintó feo, al punto que la Trinidad nos volvió a recibir y solo por un sueño nocturno, de hecho quizás Luna ni lo recuerdes, dormiste toda la estadía como en un hotel costero, profundamente, salimos con el sol de la mañana, cálida en Palermo, radiante en nuestros corazones, y es que desde allí nuestra primavera deja atrás ese invierno desolador, amenazante que nos tuvo contra las cuerdas día y noche. Esa oscuridad vacía, desesperante que entre interrogantes siempre húmedos y dispares dispone de las respuestas mas contundentes, nada mejor que el presente sin agenda, siempre hay de que alegrarse, aún en esas circunstancias que parecen el piso, y que no lo son, ese respirar dará pié a las maravillas mas coloridas fugándose desinteresadamente a quién esté dispuesto a recibirlas, y en eso Luna, a veces desde la más pesada mochila lo hace, sólo es cuestión de saber abrir los ojos, más el corazón, porque ella no deja nunca de irradiar esa manera de entender la vida, viva, dispuesta, a corazón abierto, sabiendo que vale la pena disfrutar de todos los momentos, aunque duelan, porque no hay manera de de comprender los colores, de disfrutar de ellos, sin haber visto la falta de ellos.

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