El universo es el mismo siempre, cambia en espacios de tiempo
imperceptibles para nuestro corto tránsito en él, quién nos elegiría para
hacerle una jugada a favor, entre tanto desparramo humano, desorden
intencional…? En fin, si el universo es siempre el mismo y no estamos atentos
la vida nos pasa de costado, nos huye o… mejor dicho, nos la perdemos mirando
el vacío…porque el cielo también se va. Ese universo siempre nos da algo de lo
que más vale sepamos tomar su envión, su ayuda, entonces quizás nos comencemos
a preguntar de donde salió la barita mágica, o el dios que nos protegió, o el ángel
que nos está guiando…o la casualidad y tantas preguntas más.
Alguna vez entre tantos momentos de aquellos
en los que no estaba bien, en relación de dependencia de un mal hombre, lejano
a cualquier cosa bella que la vida podía dar, comprendía que mi lucha estaba en
franca derrota, desde mi percepción ya cansada de tanto ir y venir peleando por
un vacío institucional, y que no por casualidad era en aquella época donde el
país solo era para los que podían aprovecharse de los que no tenían nada…o cada
vez tenían menos, menemismo le decimos en mi barrio.
Decía que en aquellos momentos tenía mis días
contados en ese trabajo, un local a la calle, en pleno Palermo, yo atendía, me
hacía cargo de algunas cosas en las mejores épocas, mas luego de nada, ya que
la intención era que me valla…aunque de tanto molestarme y de hacerme la vida
casi imposible. Obviamente si hay alguien terco seguramente le doy dura
batalla, y por eso no me iba, ni me echaban. Pero un error, cualquier error
sería fatal y me podrían borrar de un plumazo sin que pueda patalear. Sábado
por la mañana, abría yo sólo, también cerraba. En el medio de todo eso aparecían los dueños,
los encargados y burócratas varios, atendía a los clientes y a media mañana aparecía
el resto del personal. Quién pensaría que ocho y media de la mañana levantaría
la persiana olvidando destrabar los candados del piso, de ese modo rompí la
cortina del local, todos los fierros inferiores destrozados, retorcidos en una
maraña igual a mi dolor, por lo que tampoco
podríamos cerrar y con un finde por delante, candados, persiana completa en
todo el barral inferior…en fin, mi final.
Pero como decía, entre ese vértigo pasan
cosas y la desatención podía producir mi ocaso, el universo seguía su curso entre
mi angustia, mi cabeza pensando que diría…o como lo diría, armando hipótesis de
como poder zafar de tanto descalabro entre los hierros retorcidos de un local
que la jugaba de cheto en medio de la grasitud reinante. Lo cierto es que
tantas angustias produjeron muchas desatenciones, muchos infortunios a lo largo
de esos meses, pero supongo que un alo de luz me quedaba para mantenerme en pie,
para soportar hasta el último respiro ese ajedrez donde yo era un empleado que
con tanta antigüedad produciría más gastos que otra cosa como para echarme,
mejor era esperar a que yo rompiera una persiana por ejemplo, o me quiera ir…casi
que a esa altura de la mañana ya lo quería hacer. Pero…ese ocaso no apareció, por el contrario, a los diez minutos
el que si apareció fue un trabajador de la herrería, con soldador y todo, con
el carrito detrás preguntando
–Hey Jefe!! Necesita algún trabajito que le
pueda ayudar?-
Es real??? Puede pasar??? Si, era él, vestido de dios, con una barita
que se llama ángel divino y en minutos salvó mi día, dejándolo intacto, mi cara
de alegría, de incredulidad, de fortuna y así fue que nadie nunca se enteró, en unos pocos minutos
miró el panorama, sencillo para un dios, cuatro puntadas de soldadura claves en
los lugares estratégicos y nada para siquiera recordar, (salvo que ahora 10
años después ese nada lea este blog), y mi día pasó de la amargura explicita
(yo) a el más bello día (…algo parecido a mi). Luego de eso todo siguió su
curso, nadie supo nada, nadie percibió olor a soldadura, y todo siguió su
mediocre desarrollo de aquellos días.
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