
Lo cierto es que mi demoras no tienen mucho justificativo, nuestra desorganización, la mía especialmente me deja a pie con infinidad de tareas pendientes. Hago agua por los cuatro costados y todo lo que mas placer me da queda de lado, ocupándose el día en una agenda irreconocible, desvariada, aveces inútil y hasta vergonzosa.
Entre tanto, Luna en medio de ese loco espacio, comiendo, intentando degustar las ofertas que mamá Sandra y papá Pablo ofrecen, curso de cocina mediante, obviamente naturista, Sandra comienza una nueva y vertiginosa subida a los sabores que en cuarenta años apenas conocimos... solo un poco.
Nuestras llegadas tarde a la noche, nuestras tempranas salidas al día y nuestra carrera en ese lapso no impiden que disfrutemos de esa boca toda sucia, (nada personal contra el viejo club del Río de la Plata), que disfrutemos de su atropellada manera de comer alcauciles, devorandose las espectativas en otras comidas, y así, entre mundial de Diego, entre la ley de matrimonio y la despolitica capitalina Luna aprende a comer, y ciertamente que nada fácil es su tarea, después de tanto tiempo, pero lo hace, a pesar de estas temperaturas que alocaron el termómetro de casa, con una semana en fiebre y decaimiento. Gracias Luna, esa fortaleza sigue dando ejemplo del que mamá y pap áquieren aprender.